Ni siquiera el tiro del final


Será recordado como uno de los peores directores en la historia del Colón

En un gesto acorde con su breve pero devastadora gestión, Sanguinetti mandó su renuncia en una carta que nunca llegó. El jefe de Gobierno, que había decidido apoyarlo a pesar de sus errores, se enteró, sorprendido, por trascendidos.

Después de un año de desatinos, Horacio Sanguinetti renunció ayer a la dirección del Teatro Colón. La historia terminó, curiosamente, de manera similar a la del otro grave error en la historia reciente del teatro. Como Tito Capobianco, que había sido designado por Gustavo López durante su gestión como secretario de Cultura del gobierno de Ibarra, Sanguinetti mandó su renuncia desde la distancia. Capobianco lo había hecho por fax, desde un locutorio de Miami, y el ex rector del Colegio Nacional de Buenos Aires lo hizo desde Unquillo, en la provincia de Córdoba. La carta con la dimisión inapelable fue dirigida al jefe de Gobierno. Pero, según un comunicado del Ministerio de Cultura, el ingeniero Mauricio Macri se enteró por trascendidos periodísticos. Sanguinetti ni siquiera interpretó con corrección su último acto, ya que la carta, a las 18.30 de ayer, aún no había llegado a destino.

Según fuentes bien informadas, lo que motivó la decisión de Sanguinetti fueron “sus desinteligencias con el Poder Ejecutivo”. El problema es que esa misma frase puede leerse de dos maneras opuestas según quién la diga. Desde el punto de vista del ex director, el problema era la falta de comprensión de que era objeto. Y del lado del gobierno, lo que había llegado a un punto de no retorno era el total desmanejo de la situación por parte de Sanguinetti y, sobre todo, el hecho de que el problema le llegara a las puertas al propio Intendente, que debió contestar personalmente, en varios reportajes, los cuestionamientos a la conducción del Colón. El plan de Macri era poder anular los contratos de la “Era Capobianco” –que dejó un tendal de nombramientos antes de irse– con el teatro cerrado pero en un clima de relativa paz y de aprobación social por los planes del teatro, y nada más lejano de ese deseo que la larga sucesión de anuncios insensatos, de informalidades pasmosas en el manejo de la comunicación, de errores administrativos como el que hizo que el teatro perdiera parte de su presupuesto del año pasado, de actividades mal programadas, de falta de criterio artístico en la planificación y de absurdos como el destino de museo para gran parte de la superficie del Centro de Experimentación del Teatro Colón (CETC) o el canje de esta sala por 120 joggings, para un show publicitario de una marca de zapatillas.

La sala está cerrada, ya se sabe, y si bien Sanguinetti no es el responsable de la demora en las obras, sí lo es de la falta de planes claros para salir del atolladero y de la ausencia de claridad informativa en relación con ese tema urticante. Por otra parte, y más allá de las demoradas obras, la dirección no fue capaz de ofrecer un plan mínimamente coherente acerca de qué es lo que haría con el teatro una vez abierto. En concreto, la posibilidad de inserción internacional que el Bicentenario permitiría había sido totalmente desaprovechada por Sanguinetti y su director artístico, Mario Perusso, en aras de la restauración de un modelo de teatro añorado por los viejos fans pero, a esta altura, no sólo poco deseable sino imposible. El final de la gestión que quedará para el recuerdo como una de las peores de toda la historia del Colón resuelve para el gobierno, con bastante elegancia. un desaguisado del que, en rigor, sus responsables nunca supieron como salir. El origen había sido el malentendido según el cual un melómano puede ser considerado “alguien que sabe mucho de ópera” y, por añadidura, capaz de manejar un teatro y de programar más allá de sus gustos personales y teniendo en cuenta alguna clase de política cultural. Y los efectos habían llegado ya demasiado lejos.

Si bien los más allegados al Jefe de Gobierno aseguran que Macri lo apoyaba a rajatabla y que la decisión de Sanguinetti fue “absolutamente sorpresiva”, aduciendo como prueba de ello la falta de un plan para su reemplazo, son muchos los que señalan un historial de desencuentros, entre ellos la renuncia que Sanguinetti le pidió a quien fue su primer director ejecutivo, Martín Boschet, hombre de confianza del PRO cuyo escandaloso sueldo fue denunciado por Página/12, haciéndolo único culpable de la rifa del CETC. Lo cierto es que el ex rector del Buenos Aires, de paso más que modesto por la Secretaría de Educación durante el gobierno de De la Rúa, llegó a su cargo atacando las gestiones anteriores con una virulencia digna de mejor causa. Con expresiones siempre ampulosas e intempestivas, agredió a los compositores argentinos diciendo que hacían “música que no era linda”, repitió más de una vez que había dejado de ser abonado del teatro porque lo que allí sucedía no le interesaba y desmanteló absolutamente todo lo que encontró funcionando. En el plan inicial, el Colón no iba a estar en la órbita del Ministerio de Cultura. De hecho, su director fue elegido antes incluso que el ministro. Las correcciones a la Ley de Autarquía que actualmente rige el funcionamiento del teatro, sin embargo, cambiaron ese ítem al puntualizar que el teatro debe implementar las políticas fijadas por ese ministerio. No obstante, aún se ignora cuál será el grado de influencia que tendrá el ministro Hernán Lombardi en la designación del nuevo director. El buen tino con el que resolvió la conducción de los festivales de la ciudad, llamando en todos los casos a personalidades de probada idoneidad, le da, sin duda, un crédito. Está en manos del gobierno aprovechar la partida de Sanguinetti para pensar al Colón de una manera que vaya más allá del mero teatro de y para operómanos. No es que ellos no deban ser tenidos en cuenta, desde ya, pero un instrumento cultural de la magnitud del Colón –y con la carga financiera que representa para la ciudad– debería pensar para sí, además, otros objetivos. El trabajo con el que se encontrará el nuevo director no será sencillo. Siempre es más fácil –y más rápido– destruir que reconstruir. Salvo la Orquesta Filarmónica, que logró mantener un nivel de actividad razonable, el resto del teatro –y aquí no se habla de las obras– está paralizado. Ni el Ballet y la Orquesta Estable, ni el CETC, ni la Orquesta Académica están hoy funcionando siquiera cerca de sus posibilidades. El desafío será volver a poner al gigante en acción. Lo que no se programe hoy, además, nunca subirá a escena en 2010 o 2011. Ningún teatro en reformas dejó de funcionar, salvo el Colón en 2008. Y ningún teatro podría volver a hacerlo, una vez que se acabaran las reformas, si la musculatura no se mantuviera en movimiento mientras tanto.

Fuente: Página|12 Jueves 15 de Enero de 2009