2º y definitivo retorno de Perón

Ezeiza, 20 de junio de 1973: El acto original paradigmático de una década

El definitivo regreso del General Perón a la Argentina el 20 de junio de 1973 dio origen a un acontecimiento que por su magnitud, trascendencia, resultado y derivaciones posteriores, lo proyecta como uno de los hechos más significativos de "la década del 70". Más aún, ese acto sellará el paradigma del futuro nacional, a modo de una fotografía de cómo se desenvolvería la historia durante los siguientes diez años.

Desde el día anterior al previsto para el Retorno, la movilización popular programada comenzó a trasladarse al lugar elegido para la recepción, acampando en las proximidades del palco montado para la ocasión. Desde el interior del país, esta movilización comenzó varios días antes, confluyendo a través de varios miles de micros y cientos de frecuencias especiales de convoyes ferroviarios que arribaron a las terminales de Retiro, Constitución y Federico Lacroze. Así, infinidad de caravanas fueron arribando a partir del atardecer del día anterior desde distintos lugares del país, alcanzando su mayor afluencia en las primeras horas del 20 de junio. La zona seleccionada estaba comprendida por el cruce de la Autopista Gral. Riccheri y la Ruta Provincial 205, habiéndose ubicado el palco oficial sobre el puente del citado cruce.

Los contingentes demostraban, a pesar de las horas pasadas para algunos y de los días para otros en el viaje, una gran algarabía a lo largo del trayecto, con cantos de estribillos y canciones acompañadas por bocinas, bombos y cornetas, desplegando banderas y carteles. Desde la General Paz y sobre todo después del Puente 12, avanzaban sobre la Autopista Riccheri verdaderos "ríos humanos" portando enormes estandartes. A medida que se avanzaba hacia el palco, la marcha se hacía cada vez más lenta, pudiéndose apreciar una masa humana compacta en las inmediaciones del puente sobre el Río Matanza, en las cercanías de Ciudad Evita.

Más de tres millones de personas, la mayor concentración humana que se había visto hasta entonces en toda la historia argentina, querían participar de la fiesta.

Pero la fiesta no pudo ser.
Ya desde la madrugada se habían sucedido incidentes violentos, incluso armados, si bien menores. Según la lógica de la época, muchos creían que la concentración de Ezeiza desequilibraría, ante los ojos de Perón, la pugna que los enfrentaba. Cuando el General observara la capacidad de movilización de "la Jotapé", que había forzado al régimen castrense a conceder elecciones, se pronunciaría en su favor y le haría un lugar a su lado en la conducción. Por su parte, los sectores antagónicos a las "formaciones especiales" participaban de la misma lógica y sacaban conclusiones equivalentes y encontradas. Lo cierto es que cuando intentó ingresar por la parte de atrás del palco la columna Sur de la Jotapé se produjo un terrible tiroteo entre ésta y los custodios del palco, causando gran cantidad de muertos y heridos. Fue un verdadero combate, con una organización detallada y un visible despliegue de armamentos poderosos, frente a una multitud que, sin entender lo que ocurría, pugnaba atónita para ponerse a resguardo del caos.

Debido a esto, y siguiendo los sabios consejos del vicepresidente Vicente Solano Lima desde el lugar de los incidentes al presidente Héctor Cámpora a bordo del avión con Perón, éste se vio obligado a aterrizar en el aeropuerto militar de Morón.

Así, a través de posiciones extremas e intolerantes, unos pocos lograron frustrar el sueño de todos, y evitaron alcanzar ese maravilloso contacto profético que Perón siempre tuvo con su pueblo reunido.

Durante los siguientes diez años, como decíamos, esa foto paradigmática de la realidad (incluyendo el tiroteo entre los intolerantes, la ausencia física de Perón, la triste atonía popular y el país sumergido en el caos) iba a presidir la escena política argentina.

Desde Morón por radio y televisión Perón anunciaría un mensaje para el día siguiente diciendo: "No sé por qué, pero por cierto destino he llegado hoy a Buenos Aires después de dieciocho años de extrañamiento con la intención de dar un simbólico abrazo desde lo más profundo de mi corazón al pueblo argentino, y un sinnúmero de circunstancias me lo han impedido. (...) Hoy 20 de junio es el día más corto del año. Hemos hecho el viaje normalmente, pero hemos llegado un poco tarde...".

Tres millones de argentinos regresaron entonces –regresamos- caminando cabizbajos, confundidos y dolidos por la Autopista Riccheri con una terrible espina clavada en el corazón.

Al día siguiente, 21 de junio de 1973, por la Cadena nacional desde la Quinta de Olivos, el Teniente General Juan Domingo Perón emitió el siguiente mensaje, el cual podría servir, o mejor debería servir hoy de inspiración fundacional para los próximos diez años:

Deseo comenzar estas palabras con un saludo muy afectuoso al pueblo argentino. Llego del otro extremo del mundo con el corazón abierto a una sensibilidad patriótica que sólo la larga ausencia y la distancia pueden avivar hasta su punto más alto. Por eso, al hablar a los argentinos lo hago con el alma a flor de labio y deseo que me escuchen también con el mismo estado de ánimo.

Llego casi desencarnado. Nada puede perturbar mi espíritu porque retorno sin rencores ni pasiones, como no sea la pasión que animó toda mi vida: servir lealmente a la patria. (...). La situación del país es de tal gravedad que nadie puede pensar en una reconstrucción en la que no debe participar y colaborar. Este problema, como ya lo he dicho muchas veces, o lo arreglamos entre todos los argentinos o no lo arregla nadie. Por eso, deseo hacer un llamado a todos, al fin y al cabo hermanos, para que comencemos a ponernos de acuerdo. (...).

Tenemos una revolución que realizar, pero para que ella sea válida ha de ser de construcción pacífica y sin que cueste la vida de un solo argentino. No estamos en condiciones de seguir destruyendo frente a un destino preñado de acechanzas y peligros. Es preciso volver a lo que en su hora fue el apotegma de nuestra creación: "de casa al trabajo y del trabajo a casa". Sólo el trabajo podrá redimirnos de los desatinos pasados.

Ordenemos primero nuestras cabezas y nuestros espíritus. Reorganicemos al país y dentro de él al Estado que preconcebidamente se ha pretendido destruir y que debemos aspirar a que sea lo mejor que tengamos para corresponder a un pueblo que ha demostrado ser maravilloso. Para ello elijamos los mejores hombres, provengan de donde provinieren, acopiemos la mayor cantidad de materia gris, todo juzgado por sus genuinos valores en plenitud y no por subalternos intereses políticos, influencias personales o bastardas concupiscencias.

Cada argentino ha de recibir una misión en este esfuerzo de conjunto. Esa misión será sagrada para cada uno, y su importancia estará más que nada en su cumplimiento. En situaciones como la que vivimos, todo puede tener influencia decisiva, y así como los cargos honran al ciudadano, éste también debe ennoblecer los cargos.
Si en las Fuerzas Armadas de la República cada ciudadano, de general a soldado, está dispuesto a morir tanto en defensa de la soberanía nacional como del orden constitucional establecido, tarde o temprano han de integrarse al pueblo, que ha de esperarlas con los brazos abiertos, como se espera a un hermano que retorna al hogar solidario de los argentinos.

Necesitarnos una paz constructiva sin la cual podemos sucumbir como nación. Que cada argentino sepa defender esa paz salvadora por todos los medios, y si alguno pretendiera alterarla con cualquier pretexto, que se le opongan millones de pechos y se alcen millones de brazos para sustentarla con los medios que sean. Sólo así podremos cumplir nuestro destino.

Hay que volver al orden legal y constitucional como única garantía de libertad y justicia. En la función pública no ha de haber cotos cerrados de ninguna clase y el que acepte la responsabilidad ha de exigir la autoridad que necesita para defenderla dignamente. Cuando el deber está de por medio, los hombres no cuentan sino en la medida en que sirvan mejor a ese deber. La responsabilidad no puede ser patrimonio de los amanuenses.

Cada argentino, piense como piense y sienta como sienta, tiene el inalienable derecho a vivir en seguridad y pacíficamente. El gobierno tiene la insoslayable obligación de asegurarlo. Quien altere este principio de la convivencia, sea de un lado o de otro, será el enemigo común que debemos combatir sin tregua, porque no ha de poderse hacer nada en la anarquía que la debilidad provoca, o en la lucha que la intolerancia desata.

Conozco perfectamente lo que está ocurriendo el país. Los que crean lo contrario se equivocan. Estamos viviendo las consecuencias de una postguerra civil que, aunque desarrollada embozadamente, no por eso ha dejado de existir.

A ello se le suma las perversas intenciones de los factores ocultos que, desde la sombra, trabajan sin cesar tras designios no por inconfesables menos reales. Nadie puede pretender que todo esto cese de la noche a la mañana, pero todos tenemos el deber ineludible de enfrentar activamente a esos enemigos, si no queremos perecer en el infortunio de nuestra desaprensión o incapacidad culposa. (...).

Es preciso llegar así, y cuanto antes, a una sola clase de argentinos: los que luchan por la salvación de la patria, gravemente comprometida en su destino por los enemigos de afuera y de adentro. Los peronistas tenemos que retornar a la conducción de nuestro movimiento. Ponerlo en marcha y neutralizar a los que pretenden deformarlo desde abajo o desde arriba. Nosotros somos justicialistas. Levantamos una bandera tan distante de uno como de otro de los imperialismos dominantes. No creo que haya un argentino que no sepa lo que ello significa. No hay nuevos rótulos que califiquen a nuestra doctrina ni a nuestra ideología: Somos lo que las Veinte Verdades Peronistas dicen. No es gritando la vida por Perón que se hace patria, sino manteniendo el credo por el cual luchamos.


Los viejos peronistas lo sabemos. Tampoco lo ignoran nuestros muchachos que levantan nuestras banderas revolucionarias. Los que pretextan lo inconfesable, aunque cubran sus falsos designios con gritos engañosos, o se empeñen en peleas descabelladas, no pueden engañar a nadie. (...). Nadie puede ya escapar a la tremenda experiencia que los años y el dolor y los sacrificios han grabado a fuego en nuestras almas y para siempre.

Tenemos un país que a pesar de todo no han podido destruir, rico en hombres y rico en bienes.

Vamos a ordenar el Estado y todo lo que de él dependa que pueda haber sufrido depreciaciones y olvidos. Esa será la principal tarea de mi gobierno. El resto lo hará el pueblo argentino, que en los años que corren ha demostrado una madurez y una capacidad superior a toda ponderación. En el final de este camino está la Argentina potencia, plena de prosperidad, con habitantes que puedan gozar del más alto "standard" de vida, que la tenemos en germen y que sólo debemos realizarla. Yo quiero ofrecer mis últimos años de vida en un logro que es toda mi ambición; sólo necesito que los argentinos lo crean y me ayuden a cumplirla.

La inoperancia, en los momentos que tenemos que vivir, es un crimen de lesa patria. Los que estamos en el país tenemos el deber de producir, por lo menos, lo que consumimos. Esta no es hora de vagos ni de inoperantes. Los científicos, los técnicos, los artesanos y los obreros que estén fuera del país deben retornar a él a fin de ayudarnos en la reconstrucción que estamos planificando y que hemos de poner en ejecución en el menor plazo.

Finalmente, deseo exhortar a todos mis compañeros peronistas para que, obrando con la mayor grandeza, echen a la espalda los malos recuerdos y se dediquen a pensar en el futuro y en la grandeza de la patria, que bien puede estar desde ahora en nuestras propias manos y en nuestro propio esfuerzo.

A los que fueron nuestros adversarios, que acepten la soberanía del pueblo, que es la verdadera soberanía cuando se quiere alejar el fantasma de los vasallajes foráneos, siempre más indignos y costosos.
A los enemigos, embozados, encubiertos o disimulados, les aconsejo que cesen en sus intentos, porque cuando los pueblos agotan su paciencia suelen hacer tronar el escarmiento.

Dios nos ayude, si somos capaces de ayudar a Dios. La oportunidad suele pasar muy ligero. ¡Guay de los que carecen de sensibilidad e imaginación para percibirla!

Luche y vuelve

Como lo señala Fernand Braudel, los tiempos de la historia tienen distintas velocidades. O mejor dicho, los procesos históricos pueden sumergirse en diferentes dimensiones temporales.

En ese sentido, el acontecimiento que nos ocupa, ese instante ocurrido hace 31 años, en el que Juan Domingo Perón, protegido de la lluvia por un paraguas sostenido por el sindicalista metalúrgico José Ignacio Rucci, pisaba el macadán de Ezeiza y ponía fin a 17 años de exilio, es paradigmático.

Puede inscribirse en la larga lista de extrañamientos de argentinos notables que inició el general José de San Martín en 1826, si es que no se considera como tal al que emprendía (y se truncó por su muerte en alta mar) Mariano Moreno, apenas el país daba sus primeros pasos.

¿Vale la pena enumerarlos? Sarmiento, Rosas (que murió en Southampton, Inglaterra), Gardel, Cortázar, los que se fueron en 1966, huyendo de Onganía, los que se fueron en 1976, escapando al genocidio, los que se van ahora, sacándole el cuerpo a la desocupación y a un futuro sin esperanzas...

¿Acaso el mismísimo Maradona no vive en una suerte de exilio "rosado" en Cuba, fuera del alcance de la jauría periodística que aquí lo acosaría cotidianamente?

Confesión de impotencia

Perón huyó de la persecución política de una clase social que, al permitir su retorno, no hizo otra cosa que confesar su impotencia. Desde el derrocamiento de Perón en 1955 a través de un golpe militar que contó con apoyo civil, especialmente de miembros de la Iglesia y de la Unión Cívica Radical, pero también de los sectores más tradicionales de la economía, la nueva alianza dominante intentó "desperonizar" el país.

No lo consiguió. Más aun, ni siquiera logró –ni por la fuerza (que incluyó fusilamientos, cárcel y persecuciones), ni a través de una democracia deforme– garantizar un mínimo de estabilidad política en los 17 años de ausencia del general exiliado. Por el contrario, la proscripción galvanizó una metodología que, con otras formas, se pone de manifiesto incluso en nuestros días: no se puede gobernar la Argentina sin un compromiso con el peronismo.

Esta inestabilidad es –para volver al lenguaje braudeliano– un fenómeno de larga duración en nuestro país. En efecto, desde que a través de la ley Sáenz Peña, se instauró el voto universal, secreto y obligatorio en 1916, se produjo una ruptura entre poder político y poder económico que sólo tuvo esporádicos momentos de conciliación. A saber: el primer gobierno de Yrigoyen (1916-1922) con una clase media en ascenso que apoyó un proyecto nacionalista y el primero de Perón (1945-1952) en el que la burguesía nacional hegemonizó a la sociedad con un proceso económico de sustitución de importaciones favorecido por las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial.

Todo lo demás fue incertidumbre, golpes de estado y represión, muchas veces sangrienta, para imponer desde el poder político los mandatos del poder económico.

El GAN, último intento

El exilio como fenómeno recurrente de la historia nacional y el divorcio entre poder político y poder económico iluminan el retorno de Perón y ayudan a comprender su significado. Pero es necesario describir –sin perder esta perspectiva– las circunstancias específicas en que este hecho histórico se concretó.

La ambiciosa y mesiánica Revolución Argentina de Juan Carlos Onganía había fracasado rotundamente en su intento de perpetuar a las Fuerzas Armadas en el gobierno y también en el de encauzar la economía argentina en las nuevas corrientes financieras mundiales. Sin embargo, el ministro Adalberto Krieger Vasena inició ya entonces un proceso sistemático de desmantelamiento de la industria nacional que tendría, todavía con algunos tropiezos, cierta continuidad.

Pero la sociedad argentina no soportó el autoritarismo corporativista y en violentas gestas populares, cuyo pico más alto fue el Cordobazo de 1969, sentenció a muerte al onganiato.

Alejandro Agustín Lanusse fue el primero en comprender el hecho y sus implicancias. Asumió la presidencia y provocó una conmoción interna en las Fuerzas Armadas al anunciar la convocatoria a elecciones para el 25 de marzo de 1973. La jugada se proponía, por un lado, quitar legitimidad a las organizaciones armadas, especialmente a los peronistas de Montoneros y al Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP, brazo armado del Partido Revolucionario de los Trabajadores, agrupación trotskista devenida guevarista) que se consolidaban como opción frente al gobierno de facto. Por otro, a través de la audacia del Gran Acuerdo Nacional, concretar el sueño irrealizado del conservadurismo argentino: llegar al poder por vía de las urnas y poner fin así al escarnio de depender siempre, en última instancia, de la voluntad del "tirano depuesto".

El país de las consignas

Lanusse no contaba con la vitalidad del pueblo peronista, dispuesto a dar al anciano líder su última oportunidad, cuando lanzó un desafío temerario: "Que Perón venga, si le da le cuero".

Bajo la consigna "luche y vuelve", el operativo retorno embarcó al pueblo argentino en un combate épico que desembocó en una frustración de la que todavía no termina de reponerse.

A partir de ese momento, y pese a los esfuerzos del radicalismo desde los partidos tradicionales, incluido el Comunista, y de la denominada izquierda independiente, el rédito de las luchas antidictatoriales iniciadas en 1966 fue a las alforjas del peronismo.

El país se pobló de consignas vinculadas al objetivo del retorno: "Juventud presente, Perón, Perón o muerte" resumía lo que estaba dispuesta a hacer la nueva generación peronista, mayoritariamente embanderada bajo el lema "Perón, Evita, la patria socialista" o "Si Evita viviera, sería Montonera" pero incubando también un monstruo que muy pronto mostraría su rostro premonitorio.

Así, menos de tres meses después que el 22 de agosto de 1972 se prefigurara el país de horror que viviríamos, cuando 19 guerrilleros de Montoneros, ERP y otras organizaciones fueron fusilados tras una simulación de fuga de la cárcel de Trelew, el histórico regreso de Perón en el DC-8 Giuseppe Verdi de Alitalia fue aplaudido por apenas 300 personas. Era un puñado de las miles que pugnaron por llegar a Ezeiza ese día y quedaron enredadas en el dispositivo de seguridad desplegado por el gobierno que utilizó 70 mil efectivos policiales.

Lanusse hizo un último intento y volvió a proscribir a Perón que se quedó pocos meses en el país. Pero su suerte estaba echada y la consigna "Cámpora al gobierno, Perón al poder", se materializó en las urnas.

El 20 de junio de 1973, ya con Cámpora como presidente, se produjo el segundo retorno de Perón. Esta vez, la masacre de Ezeiza –y el definitivo desencuentro del líder con su pueblo– no fue obra de la represión sino del cruel enfrentamiento interno de los propios peronistas.

A 38 años del retorno de Perón

La lluvia se precipitaba con una intensidad desusada sobre Buenos Aires ese viernes 17 de noviembre de 1972 que el gobierno de Lanusse había proclamado feriado. Una multitud, difícil de dimensionar, pugnaba por llegar al aeropuerto. Los tanques del ejército lo impedían.

Por un momento, mientras todos sostenían el aliento conmovidos, tenso el ánimo, suspendidos en el aire de sus almas, envueltos los espíritus en fe y esperanza, punzado el ser por la emoción, el mítico avión de Alitalia carreteó finalmente sobre una de las pistas de Ezeiza. Si bien no era negro como lo había imaginado la fantasía popular, se estaba concretando el sueño añorado por millones: después de dieciocho largos años el general Perón volvía a su patria, y pronto al poder, desmintiendo el destino inexorable que lo condenaba -como a San Martín, a Artigas y a Rosas entre tantos- a morir en el exilio. Los peronistas que llegaban empapados al río Matanza no iban solos: los acompañaba la historia, los ausentes, la Providencia.

La lluvia se precipitaba con una intensidad desusada. Sin embargo, el cielo plomizo podía ocultar el sol, pero no la luminosa alegría popular. Ese día culminaba una larga pulseada protagonizada por Perón y Lanusse, una apasionante partida de ajedrez. El presidente militar, un gorila de la primera hora que había pasado cuatro años con traje a rayas en la cárcel patagónica de Rawson, era un hombre inteligente y audaz. La agitación social que conmovía al país no podía solucionarse con la proscripción, había que negociar con el exiliado en Madrid, devolverle los salarios caídos, la condición militar y el cuerpo embalsamado y ultrajado de Evita. Entonces propuso el GAN (Gran Acuerdo Nacional), con la idea que ambos –Perón y Lanusse– renunciaran a sus aspiraciones presidenciales. Perón le respondió con ironía: "que Lanusse renuncie a la presidencia, es lo mismo que yo renuncie al trono de Inglaterra". Lanusse a su vez lo provocó con aquella frase histórica: "Perón no vuelve porque no le da el cuero". Cuando El Cano tenía que conjurar las críticas de su propio frente interno totalmente antiperonista, afirmaba con pedantería: "nosotros no llevamos la espada de adorno". Perón le respondía: "tiene razón el general Lanusse, no es la espada lo que tienen de adorno, es la cabeza"... Y así hasta el furcio del homenaje del Día del Maestro en San Juan a Juan Domingo Sarmiento.

Pero todo eso ya era historia pequeña ese 17 de noviembre en que soplaban aires de victoria y la lluvia se confundía con infinidad de lágrimas emocionadas. La foto de Rucci, el secretario general de la CGT, con el paraguas protegiendo al líder, formará parte para siempre de la galería de imágenes paradigmáticas del peronismo. Luego vendrían la reclusión en el hotel Internacional, las ametralladoras montadas para impedir la salida, el traslado a la casa de la calle Gaspar Campos en Olivos, el desfile incesante, el encuentro con Balbín, las reuniones en la confitería Nino de Vicente López y su viaje a Asunción donde se proclamó orgullosamente "general del glorioso ejército paraguayo" para irritación escandalizada de sus pares argentinos.

Sí. El milagro se había consumado.

Perón había regresado en la plenitud de la primavera. En esos días de un optimismo inexpugnable, la historia parecía abrazar el futuro.

Las contiendas internas del peronismo, dirimidas en forma feroz entre "la patria peronista" y "la patria socialista", se exteriorizarían trágicamente recién en el segundo regreso del 20 de junio de 1973. En un día luminoso, como contrapartida de la lluvia de intensidad desusada del 17 de noviembre, la fiesta concluyó en la masacre de Ezeiza: un anuncio de los días que vendrían.

Pero como diría Chesterton, "eso... Eso ya es otra historia".

Otra historia que sin embargo el propio Perón parecía vislumbrar cuando escribió lo siguiente:

A MI PUEBLO

(Mensaje de Perón al pueblo argentino al emprender su retorno a la patria después de dieciocho años de exilio, publicado en el diario Crónica el 16 de noviembre de 1972)

Compañeros peronistas:

Pocos podrán imaginar la profunda emoción que embarga a mi alma ante la satisfacción de volver a ver de cerca a tantos compañeros de los viejos tiempos, como a tantos compañeros nuevos de una juventud maravillosa que, tomando nuestras banderas para el bien de la patria, están decididos a llevarlas al triunfo.

También, como en los viejos tiempos, quiero pedir a todos los compañeros de antes y de ahora que, dando el mejor ejemplo de cordura y madurez política, nos mantengamos todos dentro del mayor orden y tranquilidad. Mi misión es de paz y no de guerra. Vuelvo al país después de dieciocho años de exilio, producto de un revanchismo que no ha hecho sino perjudicar gravemente a la nación. No seamos nosotros colaboradores de tan fatídica inspiración.

Nunca hemos sido tan fuertes. En consecuencia, ha llegado la hora de emplear la inteligencia y la tolerancia, porque el que se siente fuerte suele estar propicio a prescindir de la prudencia.

El pueblo puede perdonar porque en él es innata la grandeza. Los hombres no solemos estar siempre a su altura moral, pero hay circunstancias en que el buen sentido ha de imponerse. La vida es lucha y renunciar a ésta es renunciar a la vida; pero en momentos como los que nuestra patria vive, esa lucha ha de realizarse dentro de una prudente realidad.

Agotemos primero los módulos pacíficos que para la violencia siempre hay tiempo. Desde que todos somos argentinos, tratemos de arreglar nuestros pleitos en familia porque si no serán los de afuera los beneficiarios. Que seamos nosotros, los peronistas, los que sepamos dar el mejor ejemplo de cordura.

Hasta pronto y un gran abrazo para todos.

15 de noviembre de 1972

Juan D. Perón


El milagro del retorno

Los Cumpas enfrentan a la policía y el ejercito

Habían transcurrido 17 años y medio desde que el golpe oligárquico lo desalojó del poder y 15 horas de vuelo desde Roma, incluida una escala en Dakar. Cuando Juan Domingo Perón aterrizó en Ezeiza, hace hoy treinta y un años, encontró un país con el corazón en la boca, casi tan tenso y expectante –aunque de signo contrario- como el que se había grabado en su retina la desierta mañana del martes 20 de septiembre de 1955 mientras se dirigía en un Cadillac hacia la cañonera Paraguay. El exilio de 6.268 días acababa de terminar. Para el general, y para millones de peronistas, se había cumplido un inmenso milagro: aquel viernes 17, a las 11.15, cuando bajaba rozagante con sus 77 años a cuestas la escalerilla del DC-8, resultaba imposible no advertir la consumación, al fin, de un mito fabuloso repetido mil veces en la consigna Perón vuelve. La escena lo decía a gritos, en el marco de uno de los procesos de mayor movilización popular de la historia argentina, en masividad y en profundidad metodológica. Todavía se ignoraba que diez meses después el líder alcanzaría por tercera vez la presidencia, en esa ocasión con el 61,86 por ciento de los votos, consumando aquella otra consigna de Perón al poder.

La parálisis nacional insinuaba tensión. En una extraña coincidencia, había sido organizada por la CGT, que llamó a un paro general, y por el gobierno del general Alejandro Lanusse, que le dio al suceso forma de feriado para facilitar la eventual represión policial y fagocitar los honores obreros. Los desplazamientos de manifestantes hacia el aeropuerto de Ezeiza, rodeado de tropas, desbordaban el Gran Buenos Aires. Eran sobre todo peronistas jóvenes, muy jóvenes: jamás habían visto a su líder. Si el despliegue de tanquetas no había logrado desalentarlos, mucho menos lo haría la lluvia, por momentos torrencial, de cuya entrada en la historia se encargaría el servicial paraguas de José Rucci, que lo puso entre el cielo y las estratégicas espaldas del general. Esa foto dio la vuelta al mundo.

Peron, Rucci, Abal Medina

Millones seguían los hechos por la radio y la televisión blanco y negro, dueños de una gama de sentimientos que iban desde el llanto hasta la emoción incrédula. Perón y Lanusse, los dos generales enemigos, venían manteniendo una larguísima partida de ajedrez político a través del Atlántico. Lanusse había dicho, entre otras provocaciones, que Perón no volvía porque -no le daba el cuero. Ese viernes el ajedrez siguió: la delicada vuelta de Perón bajo una dictadura, después de que el partido militar lo había mantenido proscripto durante las presidencias de Lonardi, Aramburu, Frondizi, Guido, Illia, Onganía y Levingston, se estaba haciendo sin mediar convenios. No faltaron el peligro ni la confusión. Pero finalmente la gran partida terminó en jaque mate.

En vista de que el gobierno militar no toleraría una concentración de masas como las que habían sido tan caras al peronismo de mitad de siglo (-a mí no me van a hacer un 17 de octubre, decía Lanusse), Perón había aprobado la idea de volver al país con una escolta importante, un avión repleto de figuras destacadas -famoso no era todavía sustantivo- que dejara patente la bandera de la unidad nacional y la premisa -para un argentino no debe haber nada mejor que otro argentino.

Perón e Isabel viajaban en primera. En la clase turista (tampoco se había inventado aún la clase intermedia) se mezclaban Lorenzo Miguel, Casildo Herreras, Deolindo Bittel, Oscar Bidegain y Ricardo Obregón Cano; con el cura tercermundista Jorge Vernazza, el futbolista José Sanfilippo y el cantante de tangos Oscar Alonso, el boxeador Abel Cachazú y el historiador José María Rosa; al lado de Hugo del Carril, Leonardo Favio, Chunchuna Villafañe y Marilina Ross.

Entre los 153 pasajeros cuidadosamente seleccionados figuraban la escritora Martha Lynch, el popular autor teatral Juan Carlos Gené y hasta el cardiocirujano Miguel Bellizi, quien venía de hacer el primer trasplante de corazón en la Argentina. De la vieja guardia peronista sobresalía Juana Larrauri. Había una plantilla de ministros de Economía (Alfredo Gómez Morales, Pedro Bonani, Antonio Cafiero), un futuro canciller menemista (Guido Di Tella), alguien que tras sufrir la desaparición de una hija devendría dirigente de derechos humanos (Emilio Mignone) y un periodista enviado por Canal 11 que por esas horas se convirtió al lopezrreguismo (Jorge Conti). Viajaban como políticos los médicos Raúl Matera y Jorge Taiana. No faltaban militares retirados: el coronel croata Milo de Bogetich, el capitán de navío Ricardo Anzorena (de decisiva injerencia en la lista de pasajeros, resuelta en definitiva por Perón), el comodoro Arturo Pons Bedoya y el general Ernesto Fatigatti, entre otros. Sin que ellos lo supieran, viajaban en el charter todos los presidentes peronistas del siglo XX: además de Perón, Héctor Cámpora, Raúl Lastiri, Isabel Perón y Carlos Menem.

Había un pasajero Eduardo Duhalde, pero era otro: el abogado entonces vinculado en sociedad con Rodolfo Ortega Peña, sentado cerca de él en el avión. Ortega Peña iba a ser asesinado poco tiempo después en la avenida 9 de Julio. José López Rega, viajaba ese legendario viernes más adelante y más cómodo: en primera.

El padre Carlos Mugica era otro que pronto sería asesinado y que volaba a bordo del Giuseppe Verdi (así se llamaba la nave, la misma que Alitalia cedía frecuentemente al papa Paulo VI). En todos los casos, sin excepción, su participación en el Operativo Retorno iba a quedar grabada a fuego en sus biografías.

Durante esos años, algunos protagonistas insistieron en atribuir la idea madre del charter a razones de seguridad, un latiguillo muy usual en los ‘70. Se trató de rodear a Perón, explicaban, de personalidades y dirigentes de peso, cosa de hacerlo menos vulnerable a posibles hostilidades, tales como -llegó a decirse entre infinitas especulaciones- el derribamiento del avión por parte de las Fuerzas Armadas.

Al final tanto acompañante célebre no le ahorró a Perón un primer día de encierro en el vetusto Hotel Internacional de Ezeiza, donde lo depositó un Ford Fairlane rodeado de motos policiales en medio de un confuso forcejeo de palabra con los militares. Lo que discutían era si Perón estaba o no preso en el hotel. Las autoridades decían que lo mantenían allí, cuándo no, -por razones de seguridad. Sólo en la madrugada del sábado el gobierno le permitió trasladarse hasta Vicente López para estrenar su estancia en la casa de la calle Gaspar Campos al 1000, donde alternaría con multitudes peronistas dosificadas por la estrecha geografía. El frontispicio de la casa hoy sigue diciendo Nec temere nec timide (Ni temerariamente ni tímidamente), junto al escudo de armas del primer dueño, un médico que murió asesinado por un paciente.

Lo que tuvo en común la vuelta del 17 de noviembre de 1972 con la del 20 de junio de 1973 fue la ignorancia del futuro que el destino le reservaba al pasajero Héctor J. Cámpora. Aunque en el charter le tocó un asiento en primera, al lado de su esposa, junto a los Perón, él no sabía que el líder, al final de la estada de 29 días en Buenos Aires, lo iba a seleccionar para presidir la Argentina. Y cuando El tío viajó ya como presidente desde Madrid, trayendo al líder para siempre, tampoco sabía que en un par de semanas iba a tener que dejar el sillón de Rivadavia para la movida que iba a desembocar en la madre de todas las vueltas: la de Perón a la Rosada.

Titulares de diarios después de la masacre de Ezeiza

Decidióse no bajar en Ezeiza. Enfrentamientos entre grupos antagónicos. La repercusión en el exterior. La Vanguardia Española (Barcelona: "El panorama argentino es hoy una mezcla de esperanza y confusión. Grupos de representantes de tendencias opuestas del propio movimiento justicialista han desencadenado una oleada de ocupaciones de establecimientos públicos: los derechistas invocando la necesidad de proteger a las instituciones de los marxistas, y los izquierdistas exigiendo la sustitución de los responsables de esos establecimientos. La guerrilla ultraizquierdista no peronista se ha convertido ya en el juez más severo del nuevo gobierno. Los secuestros no cesan."(La Razón 20/6/1973)

Luctuoso saldo de los disturbios. Un acuartelamiento parcial dispúsose. Incidentes graves cerca del palco. Los desórdenes vistos desde ese lugar.
Una exhortación de Leonardo Favio: "Les pido a los integrantes de uno y otro bando que tengan compasión y una cuota de humanidad para con los prisioneros. Que tengan asistencia médica, creo que la vida humana tiene que ser respetada sin tener en cuenta las ideologías. Estos hechos podrían haberse evitado si no tuviéramos un inconsciente como ministro del interior." (La Nación 21/6/1973)


Hubo muertos, heridos y confusión. Tiroteos aislados causan muchas víctimas. Cámpora dirigió un mensaje desde Morón: "...les pido disculpas por las molestias, pero debemos tener, en definitiva, una inmensa alegría: el general Perón ha puesto nuevamente sus pies en el suelo patrio, y ya en forma definitiva, para conducir a este país y hacer una Argentina Liberada." (La Prensa 21/6/1973)

Otra lectura sobre el 17/11/72: El día que a Perón le dió el cuero

El 31 de julio de 1972 Juan Domingo Perón reaccionaba airadamente ante los dichos del presidente de facto Alejandro Agust¡n Lanusse.

"Aquí no me corren más a mí ni voy a admitir que corran más a ningún argentino diciendo que Perón no viene porque no puede", dijo el entonces presidente de facto. Completó con una frase lapidaria: "Permitiré que digan porque no puede, pero en mi fuero íntimo diré que es porque no le dá el cuero".

Quedaba así planteada en el terreno personal la cuestión del retorno del general Perón desde su largo exilio madrileño.

En los últimos meses se habían registrado una serie de hechos que presagiaban un desenlace en la situación del ex presidente. El gobierno militar jugaba sus últimas cartas tratando de acordar con el peronismo una salida que permitiera un acto eleccionario y la entrega del poder en forma ordenada. Para ello Lanusse implementó el GAN, una plataforma desde la que comprometía a todos los sectores.

Para ese entonces, la guerrilla del ERP y los sectores de la juventud peronista mantenían en jaque al régimen. Hacía poco (1970) el general Pedro Eugenio Aramburu -cabeza del golpe militar de 1955 y presidente de facto- había sido ejecutado por un grupo que tomó el nombre de Montoneros. Era el triunfo instrumentado por las directivas del viejo líder del justicialismo: acorralar al enemigo donde fuera y pegar con lo que fuera.

Sin embargo, en el tira y afloje de las negociaciones entre los militares y el caudillo, hubo temas muy caros al sentimiento del justicialismo. Uno de ellos fue clave: la devolución del cadáver de Evita.

"Cierto día dos hombres se presentaron a hablar conmigo", contó después Perón y fue transmitido así en el libro "Yo, Perón" de Enrique Pavón Pereyra.

Dijo Perón que frente a él se encontraban Licio Gelly y Giulio Andreotti, dos integrantes de la logia P2. "Estamos en condiciones de entregarle el cadaver de su esposa", fue la propuesta, "sólo tiene que decirnos cuando lo quiere". "Qué se yo -les contestó Perón-, he esperado tanto que dos o tres meses más no me alteran".

Los visitantes se miraron y para sorpresa del ex presidente, Gelly afirmó: "En tres días el cadaver de Evita estará aquí". Cumplieron.

En septiembre de 1971 los restos de Eva Duarte de Perón descansaban en la residencia madrileña de Puerta de Hierro y entre los que hicieron la entrega se encontraba el embajador del regimen, Rojas Silveyra.

De todas maneras, a partir de allí se anudó una relación con la P2 y Perón que influyó notablemente en la historia del país.
En momentos importantes, Perón era acompañado por un miembro de esa logia. El mismo Arturo Frondizi fue recibido en marzo de 1972 en presencia de José Lopez Rega y Giancarlo Elía Valori. Este último fue quien recibió a Isabel Perón y a López Rega durante un viaje al Vaticano de la tercer mujer de Perón. Valori era camarlengo del Papa.

El regreso de Perón desde Italia, a bordo de una nave de Alitalia, tuvo el mismo valor simbólico: Ese era el reducto de la P2 y los gastos del viaje del 17 de noviembre de 1972 fueron pagados por Licio Gelly. El mismo avión que fué contratado era el que en oportunidades utilizaba el Papa en sus desplazamientos.
Licio Gelly quedó vinculado al gobierno argentino desde la asunción de Héctor Cámpora hasta los primeros años de la década de los 80, en que un escándalo en Italia sacudió los cimientos de la logia anticomunista. En una demostración que la influencia de la P2 no se agotaba en el peronismo que había sido derrocado el 24 de marzo de 1976, este mismo Gelly siguió relacionado con los jerarcas militares golpistas, haciendo usufructo en Roma de un pasaporte argentino y un puesto como encargado de negocios.

Indudablemente la P2 tuvo mucho que ver con el cambio de gobierno de marzo. También se la señala como responsable del robo de las manos del cadaver de Perón. Sobre este incidente algunos personeros y comunicadores oficiosos, sostuvieron que fueron cosas de negocios o de algún vuelto impago. Sin embargo, es una explicación demasiado simple. El estudio de la figura del líder del peronismo, sus antecedentes familiares sobre todo, puede aún deparar muchas sorpresas.

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Lo cierto es que el 17 de noviembre de 1972, el vuelo de Alitalia trajo a Perón y a cerca de ciento cincuenta personalidades, muchas de las cuales pagaron cerca de mil dólares de entonces por compartir el viaje.

Era un día viernes y el gobierno de Alejandro Lanusse decretó feriado nacional. Aproximadamente a las 11 de la mañana comenzó el descenso de pasajeros controlados estrictamente por las fuerzas armadas.

A Juan Domingo Perón le dió el cuero. El peronismo esperanzado, aquél que estaba constituído por el pueblo auténtico, pagó un precio muy alto.


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PERON: MARCHA SOBRE EZEIZA de Carlos Nine




1972. Esta filmación es el único registro de la marcha que fue a recibir a Perón cuando volvió en 1972. Se hizo en Super 8 para pasarse en villas y barrios. Y no se volvió a ver desde 1973 parte 1



Mensaje de Perón después del regreso



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El Frente de Liberación Homosexual estuvo presente en la asunción de Cámpora (25/05/73) y en Ezeiza (20/06/73)


La seducción del peronismo: Desde el Frente de Liberación Homosexual al Frente para la Victoria (Foto de la Marcha del Orgullo 2007)
























FUENTE: Los retornos de Peron