Alfredo Zitarrosa: A 20 años de su muerte


         

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  1. #1
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    Predeterminado Alfredo Zitarrosa: A 20 años de su muerte

    Zamba por vos

    por Mariano del Mazo

    si algo soy, soy oriental

    y ese es mi mayor orgullo;

    más que flor quiero ser yuyo

    de mi tierra bien prendido...

    del pueblo, sólo un latido,

    de su andar, sólo el murmullo


    (de Diez décimas de autocrítica)

    Para entender a Alfredo Zitarrosa -un artista mucho más sinuoso y genial que lo que el bronce al que lo redujo cierta sesgada mirada política sugiere- habrá que detenerse en algunos puntos de su biografía y obra. E ir de sus años de locutor (llegó a presentar conciertos de Edmundo Rivero y Julio Sosa) al juvenil peregrino que a la manera del Che gastó una indemnización en un viaje iniciático por América latina; o hablar del temerario que piloteaba su Jaguar a 160 por hora, o del hombre vencido por el exilio. O rastrear recortes de época de fines de 1968, cuando en su balance de fin de año la revista Cine Radio Actualidad de Montevideo publicaba el índice de popularidad de "los ídolos de la juventud": 1ø Alfredo Zitarrosa (317 votos); 2ø Roberto Carlos (283 votos); 3ø Raphael (276); 4ø Tom Jones (249).

    Pero para entender a Zitarrosa habrá que volver a escuchar esas canciones indoblegables, sensibles, nunca empalagosas. Resulta sorprendente el piso de calidad desde donde cimentó su obra. Partiendo de cualquiera de las aristas que manejó (la social, la paisajista, la sentimental) se pueden tomar temas al azar y casi todos quedan ubicados muy cerca de la perfección: la pesadumbre de Adagio en mi país (en mi país qué tibieza, cuando empieza a amanecer), la alta melancolía de Candombe del olvido (¿Dónde estarán los zapatos aquellos que tuve y anduve con ellos, dónde estarán mi cuchillo y mi honda? El muchacho que fui, que responda), la ironía amarga de Qué pena (qué pena que no me duela tu nombre ahora / qué pena que no me duela el dolor). Y tantas.

    Son canciones tratadas con un estricto sentido estético: Zitarrosa fue, además de un notable compositor, poeta y cantor, un minucioso arreglador. Sabía qué quería: hay una serie de ensayos en unos discos que editó en 1999 Página 12 -ensayos de temas como Chacarera del 55, El loco Antonio, Milonga del solitario- que sirven como documento de su preocupación artística por encontrar exactamente lo que buscaba.

    Nació el 10 de marzo de 1936 en Montevideo, de padre desconocido y madre bailarina de varieté. A los 8 debutó en el programa radial El precoz tenor. De adolescente incursionó en la radio como guionista y locutor. Abrazó el ideario anarquista y después militó en el Partido Comunista. Su comunismo era honesto pero obcecado: no admitía dobleces y le impedía, por ejemplo, disfrutar o comprender el fenómeno de Los Beatles. Fue justamente en plena beatlemanía que asomó profesionalmente: sus primeros discos llegaron a vender en Uruguay tanto como Help! Asimismo, la irrupción de Zitarrosa fue considerada en su país como el retruque oriental al boom del folclore argentino. Mirada chauvinista que el cantor no sólo no compartía sino que, por el contrario, lo empujaba a incluir obras de autores como Yupanqui, los hermanos Núñez, Di Fulvio, algunos de los cuales había conocido en su paso por el Festival de Cosquín, en 1966. "Creo que tengo facilidad para componer zambas. Pero me controlo porque en mi país me acusarían de argentino", ironizaba.

    El dinero que empezó a ganar lo invirtió en La Claraboya Amarilla, una "vinería" de nivel, con buena comida y música uruguaya. No le fue bien, en parte porque sus criterios ideológicos chocaban con su condición de dueño. Según se cuenta en la documentada biografía de Eduardo Erro, Alfredo Zitarrosa. Su historia "casi" oficial (editada por Arca), llegó al colmo de apoyar una huelga de los mozos de su propio boliche. De estos gestos también estaba hecho su fundamentalismo político.

    Su obstinación por la justicia era radical. Otra anécdota deliciosa lo pinta: durante un carnaval había sido contratado para cantar siete temas; minutos antes de subir al tablado, el empresario que lo contrató le dijo que tenía la mitad del dinero pautado para pagarle. Alfredo entonces cantó tres canciones y cortó su actuación exactamente en la mitad de la cuarta. Le explicó a la gente: "Me pagaron por tres canciones y media. Sepan disculpar. Ahora la seguimos en el boliche de la esquina". Y cantó dos horas más.

    El Bajofondo de Santaolalla lo honró en su último disco con un tema titulado Zitarrosa, Alfredo Piro hace su repertorio con el conjunto Guitarra Negra y Alejandro del Prado -que fue su guitarrista en los años mexicanos- grabó en su flamante disco el notable Zitarroseando. Y hay más.

    Basta decir que los eslabones de su exilio -Argentina, España, México- le destrozaron el corazón. Zanjó años de penas con un conmocionante regreso al Río de la Plata. Era un poco tarde. Murió a la madrugada, en su ciudad, hace 20 años, minado por el alcohol. Dejó una obra insuperable, dos o tres mujeres que lo amaron en serio, dos hijas y una guitarra que quedó más negra que nunca.

    Fuente: Clarín Sábado 17 de Enero de 2009

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    Un artista a la altura de su mito

    Por Cristian Vitale

    Píntalo de negro

    Una guitarra negra y cierta tristeza vivencial, económica en silencios y sonidos. 1977. Alfredo Zitarrosa, 41 años entonces, le doblaba el codo a la vida y ya azotaban su espalda los latigazos de una vida brava, intensa, iluminada por certezas, deseos y desconciertos. De una inspiración vital le sale lo que sería su obra cumbre: un poema por milonga que excedía los 16 minutos, y cerraba el disco. Tenía Guitarra negra, además, cinco de sus canciones más conmovedoras: “Pa’l que se va”, “Doña Soledad”, “Stéfanie”, “Ya es bastante” y “Adagio a mi país”. No había vuelta atrás: Zitarrosa, motorizado por la obra, se convertía en un orfebre de la canción popular latinoamericana, un artista a la altura de Atahualpa Yupanqui. O de Carlos Gardel, por qué no. Guitarra negra, un yunque de imagen. Quizá como su coterráneo, el escritor Felisberto Hernández, Zitarrosa le confesaba su amor a un objeto y, a través de él, elaboraba una síntesis desordenada, pasional y melancólica de lo que había sido su vida hasta ahí, a través de partes –a veces inconexas– para las que él había inventado un término: contracanción. “Hoy anduvo la muerte buscando entre mis libros alguna cosa. Hoy por la tarde anduvo, entre papeles, averiguando cómo he sido, cómo ha sido mi vida, cuánto tiempo perdí, cómo escribía cuando había verduleros que venían de las quintas, cuando tenía dos novias, un lindo jopo, dos pares de zapatos, cuando no había televisión, ese mundo a los pies, violento, imbécil, abrumador, esa novela canallesca escrita por un loco. Hoy anduvo la muerte entre mis libros, buscando mi pasado.”

    ¿Por qué reavivar Guitarra negra para evocarlo cuando se cumplen 20 años exactos de su muerte? Porque en ella condensa y concentra el pasado, sí, pero además intuye el devenir complejo que subyace tras una apariencia formal de saco, corbata y gomina. Guitarra negra trasvasa, concatena y estructura su vida. Era la época del duro exilio y el cantor andaba lejos de su tierra. La inercia de dos golpes militares, primero el de Uruguay, luego el de Argentina, lo habían arrojado a lo extraño del mundo. Algo sabía de eso. Parido en 1936 por el vientre de una madre natural, Jesusa Iribarne, es dado a criar a un nuevo matrimonio: Carlos Durán y Doraisella Carbajal. Así es su infancia hasta que la madre de sangre, resuelta su situación marital, lo recibe nuevamente. Su esposo, el argentino Alfredo Nicolás Zitarrosa, es el responsable de un nuevo apellido. “Hoy anduvo la muerte entre mis libros buscando mi pasado, buscando los veranos del ’40, los muchachitos bajo la manguera, las siestas clandestinas, los plátanos del barrio, asesinados, tallados en el alma...”

    El liceo, los oficios y cierta bohemia controlada fueron la marca de una juventud urbana, entre la casa de sus padres adoptivos, pensiones y la casa de su madre biológica, en el Barrio Sur, frente al cementerio central. Un devenir que, junto a las tempranas vivencias campesinas, le darían a su obra posterior las condiciones materiales de su existir: vendió muebles, fue cadete de oficina, actor, se inició en los quehaceres de una imprenta. Un universo de saberes adquiridos que le bancó el sustento hasta su debut como locutor de radio. Tenía 19 años.

    Rasgos de un dolor sublimado en arte. Austero. Pródigo en imágenes poéticas. Los tres padres que tuvo, y principalmente aquel que lo concibió y negó, son causa de un giro. En “Explicación de mi amor”, Zitarrosa no cicatriza la herida (“Te pido que limpies mi amargo dolor; por favor, que no sigas muriendo”); pero la sublima en quien sí le dio contención a contramarcha de la biología: Carlos Durán, el hijo de un coronel, que fue militar en los ’40. La famosa “Chamarrita de los milicos”, escrita en 1970, es en su honor. “Chamarrita cuartelera, no te olvides que hay gente afuera, cuando cantes pa’ los milicos, no te olvides que no son ricos, y el orgullo que no te sobre, no te olvides que hay otros pobres.”

    Píntalo de verde

    Es cierto. Zitarrosa tenía un aura renacentista porque era increíblemente voraz en su inquietud. Se repartía. Una niñez ligada a Beethoven y a desentrañar los misterios del microscopio; una adolescencia intuitiva que desembocó en sus tempranas tareas como locutor y periodista –semi– especializado en física nuclear, pediatría o ¡cibernética! Pero un sello, de esos que suelen imprimirse a fuego en la infancia, determinó buena parte de su corpus creativo. No sólo las tempranas vivencias camperas en Trinidad, el centro de Uruguay, mutaron –ya cantor– en un estilo musical único –la milonga “a la Zitarrosa”, madre remota del tango–, sino que dotaron a ésta de un acabado conocimiento empírico del medio rural: cazó, ordeñó, montó caballos, evitó ponchos, alternó gatos y zambas, y transformó todo eso en canciones, coloreando costumbres, animales y hombres bajo esa voz grave, gangosa, viril, seca. Para cuando, en 1965, editaba su disco-debut a través del sello Tonal –El canto de Zitarrosa–, esa experiencia estaba presente en retazos: en “El Cambá”, canción de origen boliviano, pero también en “Mire amigo”. Se profundizaría en la desgarradora “Mi tierra en invierno” y, sobre todo –con lujo de detalles–, en otra de las contracanciones de Guitarra negra. Zitarrosa había sido testigo de matarife y tenía con qué expresarlo: “Temblando, con el frontal partido con el marrón, por el marronero, cae sobre sus costillas, pesada como un mundo, la res... Cae con estrépito, de bruces sobre el cemento... Balando al descuajarse su osamenta, ya sólo un pobre costillar enorme, ya sólo un pobre cuero y sangre, media tonelada de huesos astillados, hincados en toda esa vida temblorosa y atónita”.

    Píntalo de rojo

    Los primeros signos exteriores del Zitarrosa militante hay que ubicarlos no en su cancionero sino en su tarea como periodista del periódico Marcha –los diamólogos– y en un concepto crítico que tituló como “el cantor alienante y el público alienado”, un recorte arbitrario de aura marxista, que utilizaba para instar al público a escuchar con oído crítico al artista. Y la acción... la unión entre pensamiento y acción. Ya en 1961 distribuye una carta por los medios a través de la cual denuncia una palabra cara al poder: censura. De inmediato es “cesado” en Radio El Espectador y sus inquietudes toman un curso más afín como periodista de Marcha. Quiso conocer Cuba, con la revolución fresquita, pero el desplante de un amigo antropólogo lo impidió. Debutó como cantante en Perú y se tragó el tono revolucionario de América latina y, ya para 1971, era un cuadro fundamental para la izquierda del continente. “Hoy anduvo la muerte revisando los ruidos del teléfono, distintos bajo los dedos índices, las fotos, el termómetro, los muertos y los vivos, los pálidos fantasmas que me habitan, sus pies y manos múltiples, sus ojos y sus dientes, bajo sospecha de subversión... Y no halló nada.”

    La franca y pública adhesión al Frente Amplio, la apertura de un comité de base ¡en su casa!, el poner el cuerpo en la gesta de Allende y el comienzo de un periplo complicado. Muchas de sus canciones son prohibidas en Uruguay tras las elecciones de 1971, con el Frente derrotado; todas cuando sucede el golpe (27 de junio de 1973) y tres años en el limbo que determinan una decisión: el autoexilio. Resiste unos meses en la Argentina –hasta el golpe–; luego vive en España, donde la angustia se entremezcla con el whisky y las “sobredosis” de cigarrillos, que determinan el período más oscuro de su vida. Y a partir de 1979, México. Prados de Coyoacán. Dos hijas. Leve renacimiento. Escribe en Excelsior; conduce el programa Casi en privado por Radio Educación y se convierte en fogonero de la libertad mediante su participación en festivales internacionales. “Trabajo de cantor popular exiliado”, solía decir por esos días. “(La muerte) no pudo hallar a Batlle, ni a mi padre, ni a mi madre, ni a Marx, ni a Arístides, ni a Lenin, ni al Príncipe Kropotkin, ni al Uruguay ni a nadie... A mí tampoco me encontró... Yo había tomado un ómnibus al Cerro e iba sentado al lado de la vida.”

    Píntalo de vida

    “De tanto vivir frente / del cementerio / no me asusta la muerte / ni su misterio.”

    Una rémora del Barrio Sur. Su casa y un paisaje que mezclaba tumbas, flores, negros pobres y carnaval. Retazos, imágenes que se irán reconstruyendo en la suma total de una personalidad: no había miedo a la muerte, de tanto vivirla. Cuando en julio de 1983 la democracia argentina lo recibe en Obras –tres veces– ocurre uno de los recitales más emotivos del período. Canta “Adagio a mi país” y sus músicos mojan las guitarras con lágrimas. Traje, gomina y rictus serio. El público estalla. Al año siguiente –palabra propia–, la experiencia más importante de su vida: el 31 de marzo, a las dos de la tarde, baja del avión. Nunca, cuentan testigos, la rambla que une el Aeropuerto de Carrasco con el centro de Montevideo estuvo tan atiborrada de gente feliz. El cantor del pueblo volvía al pueblo. Atrás quedaban 8 años de desarraigo, de ese whisky venenoso que bebía para matar la angustia en la lejura. (Soledad con el alcohol / suelta un gorrión / que por el aire del alma se va / con el alcohol la soledad / tibio gorrión / que por el aire del alma voló.) Es el boom Zitarrosa. La serie de melodías largas llevan su discografía a 40 y un libro de cuentos –-Por si el recuerdo– es la suma que engancha y completa el magistral Guitarra negra. 56 años y una premonición: cuando el 17 de enero de 1989 la noticia de su muerte hiela la sangre del pueblo, él ya le había alisado el terreno. “Por sanar de una herida he gastado mi vida / pero igual la viví / y he llegado hasta aquí. Por morir, por vivir / porque la muerte es más fuerte que yo / canté y viví en cada copla sangrada querida cantada / nacida y me fui.” La llamó “Pájaro rival”, y fue incluida en su primera obra póstuma: Sobre pájaros y almas. Zitarrosa, un cantor que del pago supo ser universal; que de epocal, atemporal; que de existencial pudo predecir hasta su muerte, sin temerle.

    Fuente: Página|12 Sábado 17 de Enero de 2009


    Última edición por nachosx14; 18/01/2009 a las 01:09

  2. #2
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    muy buen post. gracias, lo conocì despues de muerto, cuando entrè en conciencia con la vida, mi adolescencia, de chico no tengo recuerdos de èl, y reconozco mi pasion, mi amor hacia El Flaco. gracias por el post. Saludos

  3. #3
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    Predeterminado

    Nachosx14 realmente hace dias que vi el post y me hiciste emocionar con el amargo frente a la pc. Porque Zitarrosa es a mi criterio el mejor artista que parió esta tierra, y cuando digo mejor pienso en Benedetti, Viglietti, Galeano, Jaime Roos y todos los que se te ocurran. Entonces me fue dificil arrancar con este agradecimiento. Por eso demoré en contestar y agradecerte este trabajo.
    LLegué a verlo cuando volvió, en el Franzini y cantó 4 temas porque no le habían dado la cédula de identidad. Después, en 1988 cuando mi Gremio (transporte) estabamos en conflicto cantó solidariamente en algunos cantones para recaudar fondo para la lucha. Por eso, hace 20 años no podíamos creer que se hubiera muerto. Tenía sin duda mucho más para darle a la humanidad, pero la muerte al final lo encontró.

    En realidad sólo tengo un matiz con el periodista de página 12: Zitarrosa levantó las raíces comunes entre uruguayos y argentinos y difundió el folclore. Por eso aquí conocimos a maestros como Yupanqui, Cafrune y -si se puede decir- Guarany. (por lo de cantor que canta a los gritos no escucha su propia voz)
    Y algunas acotaciones: En su juventud, Alfredo era anarquista. Fue por su característica científica que conoció a Marx, a Lenin, y se hizo comunista.
    La otra: Si es cierto que se inspiró en Beethoven, pero también en otro cantor popular anterior a él: Osiris Rodríguez Castillo.

    La verdad, que tu post fué una grata sorpresa. Eleva y mucho el nivel cultural de la comunidad. Basta pasar por los post de musica para ver en su mayoría cumbia, cuarteto, etc. No es que sea malo, pero no es cultura.
    Me voy a animar. Aunque nadie lo baje... Voy a postear los tres mejores cds de Zitarrosa. Los que tienen su gran talento, los que tienen más cultura. 22 obras fundamnetales, texos políticos y guitarra negra.

    Otra vez, Nachosx14, gracias por este post.


  4. #4
    Usuario Avatar de nachosx14
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    Predeterminado

    De nada Huscarle. Para mí también fue un gusto compartir estos textos con uds. Zitarrosa tuvo un enorme talento, sumado a una coherencia política formidable, en definitiva: ¡Un grande!.

    Animate y compartí esos 3 discos que varios te lo van a agradecer.

    Ese paisito sí que parió genios eh, pienso en Onetti (uno de los mejores escritores del continente) en Felisberto Hernández, en Levrero, en los Fattoruso, en Masliah...

    Un abrazo del otro lardo del charco

  5. #5
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    Predeterminado ¡muy buen tributo!

    Magnífico artista rioplatense. Felicitaciones y gracias.

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